Carlos Castaneda – frases de Don Juan Matus – Relatos de Poder (Porta para o Infinito) – parte I

Publicado por Editor 14 de marzo de 2019

La confianza de un guerrero no es la confianza del hom­bre común. El hombre común busca la certeza en los ojos del espectador y llama a eso confianza en sí mis­mo. El guerrero busca la impecabilidad en sus propios ojos y llama a eso humildad. El hombre común está enganchado a sus prójimos, mientras que el guerrero sólo depende de sí mismo. Andas en pos de lo impo­sible. Buscas la confianza del hombre común, cuando deberías buscar la humildad del guerrero. Hay una gran diferencia entre las dos. La confianza implica saber algo con certeza; la humildad implica ser impe­cable en los propios actos y sentimientos.
No importa lo que uno revela ni lo que uno se guarda. Todo cuanto hacemos, todo cuanto somos, descansa en nuestro poder personal. Si tene­mos suficiente, una palabra que se nos diga podría ser suficiente para cambiar el curso de nuestra vida. Pero si no tenemos suficiente poder personal, se nos puede revelar la sabiduría más grande y esa revelación nos importaría un ajo.
Cada guerrero tiene su propio modo de soñar. To­dos son distintos. Lo único que tenemos en común es que algo en nosotros tiende trampas para obligarnos a abandonar la empresa. El remedio es persistir a pesar de todas las barreras y desilusiones.
Para lograr éxito en cualquier empresa se debe ir muy despacio, con mucho esfuerzo pero sin tensión ni obsesiones.
Un guerrero toma su suerte, sea la que sea, y la acepta con la máxima humildad. Se acepta con humildad así como es, no como base para lamentarse, sino como base para su lucha y su desafío. Nos demoramos mucho para comprender eso y vi­virlo por entero. Yo, por ejemplo, odiaba mencionar la palabra humildad. Soy un indio, y los indios siem­pre hemos sido humildes y no hemos hecho nada más que agachar la cabeza. Yo pensaba que la humildad no tenía nada que ver con el camino del guerrero. ¡Me equivocaba! Ahora sé que la humildad del gue­rrero no es la humildad del pordiosero. El guerrero no agacha la cabeza ante nadie, pero, al mismo tiem­po, tampoco permite que nadie agache la cabeza ante él. En cambio, el pordiosero a la menor provocación pide piedad de rodillas y se echa al suelo a que lo Pise cualquiera a quien considera más encumbrado; pero al mismo tiempo, exige que alguien más bajo que él le haga lo mismo. Por eso te dije hace rato que no entiendo lo que debe sentir un maestro. Yo sólo conozco la humildad del guerrero, y eso jamás me permitirá ser el amo de nadie. Te gusta la humildad del pordiosero. Agachas la cabeza ante la razón.
La libertad es muy cara, pero el precio no es imposible.
Todos pasamos por los mismos jalones. La única manera de vencerlos es persistir en actuar como guerrero. El resto viene de sí mismo y por sí mismo. El resto es el conocimiento y el poder. Los hombres de conocimiento tienen los dos. Y sin embargo, ninguno de ellos podría decir cómo llegó a tenerlos; simple­mente que siguieron actuando como guerreros y, en un momento dado, todo cambió.
Un guerrero debe tener serenidad y aplomo, y no debe perder nunca los estribos.

Eso es lo malo de las palabras. Siempre nos fuerzan a sentirnos ilu­minados, pero cuando damos la vuelta para encarar al mundo siempre nos fallan y terminamos encaran­do al mundo como lo hemos hecho siempre, sin ilu­minación. Por este motivo, a un brujo le precisa ac­tuar más que hablar, y para efectuar eso obtiene una nueva descripción del mundo: una nueva descripción en la cual el hablar no es tan importante y en la cual los actos nuevos tienen nuevas reflexiones.
Un guerrero empieza la faena con la certeza de que su espíritu está fuera de balance; pero a medida que va adquiriendo, sin pena ni apuro, control y conocimien­to, también va haciendo lo mejor que puede por ga­nar ese balance.
No te sobresaltes. No hay nada en este mundo de lo cual un guerrero no pueda dar razón. Verás, un guerrero se considera ya muerto, y así no tiene ya nada que perder. Ya le pasó lo peor, y por lo tanto se siente tranquilo y sus pensa­mientos son claros; a juzgar por sus actos o sus pa­labras, uno jamás sospecharía que un guerrero lo ha presenciado todo.
Cada vez que el diálogo cesa, el mundo se desploma y salen a la superficie facetas extraordina­rias de nosotros mismos, como si nuestras palabras las hubieran tenido bajo guardia. Eres como eres por­que te dices a ti mismo que eres así.

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