Volviendo a Rio, tomé un tranvía y el metro para llegar a Botafogo. Es interesante cómo el pasado y la modernidad viven juntos. Rio es la ciudad de las antítesis. Sociales, culturales, económicas, tecnológicas. Tanto el viejo tranvía como el moderno metro me fueron muy útiles, y rápidamente llegué a mi destino. Allá, bien en el comienzo, vi una escena pintoresca. Un sujeto medio viejo con alma de joven “plantando bananeras” al frente de todo el mundo. El viejito estaba muy feliz y aquello no le incomodaba ni a él ni a nadie que pasaba por el lugar. Él ciertamente ejercitaba la mente y el cuerpo, y poca diferencia le hacía lo que las personas pensaran de él. Otro día lo vi de cabeza para arriba, pero no osé a entablar un diálogo. Oportunidad perdida, pues él me pareció un pozo de sabiduría.
En realidad la sabiduría está donde menos la esperamos. La sabiduría real no viene de los libros, sino de la vivencia y experiencia. Me acordé del dicho: “¡Más sabe el diablo por viejo que por diablo!” Sin saber, ese señor de cabeza para abajo me confirmó eso. No fue necesario la palabra. Además, en algunos momentos la palabra solo estorba. Miradas, gestos, movimientos, dicen más a un buen observador.
En fin, saltando algunos detalles, fue un día intenso y largo de investigación en el Archivo Público de Rio, muy bien organizado y burocrático. Ya cansado, me fui antes del fin del expediente, ya había encontrado muchas cosas que necesitaba. Pero no son los asuntos de pesquisas o detalles deslumbrantes de mis impresiones de Rio de Janeiro los que importan. Lo que realmente cuenta es mi estado psicológico y cómo cada experiencia de ese viaje actuaba en mi mente perturbada.
De vuelta al albergue conocería a la dueña, Sandra. Era una joven con un máximo de treinta años. Bellísima, inteligente y con un acento del noreste, de pernambucana nacida en Recife. Cada uno de esos ingredientes sirvió para cautivarme. Como ya dijo Séneca, no eran sus ojos, sus piernas o su inteligencia lo que me llamaba la atención, sino el conjunto de la obra. La primera conversa fue rápida, solo presentaciones. Yo tenía prisa en tomar un baño, relajarme un poco y absorber todo el primer día en la ciudad. Pero aun en esos breves instantes ella ya se fijó en mi mente. Me trajo pensamientos perturbadores. A fin de cuentas yo tenía una novia y ella un novio. Nada de eso me impidió fantasear. Pero no era la hora todavía. Yo todavía no la había conocido totalmente. Luego la conocería un poco más.
El día siguiente finalmente tendría la oportunidad de conocer mejor a Sandra. Si ella ya me había cautivado anteriormente, en ese día me conquistaría. Sé que mi corazón es bien abierto, pero ella era, o aún es, una persona especial. Aunque mi novia no saliera de mi mente, Sandra se ganó un espacio en ella, me confundió, al mismo tiempo que me impresionó con sus modales del noreste, calmo y decidido. Para complicar todavía más mis emociones, durante el día leí algunas partes de Calabar, de Chico Buarque. La pieza es “El Elogio de la Traición”, del brasileño que se alió a los holandeses contra los portugueses en la invasión del siglo XVI. Elogiar la traición, elogiar la locura como lo hizo Erasmo de Roterdam, todo eso me afectó. Yo quería experiencias sensoriales, químicas, biológicas y psicológicas distintas. Sin drogas ilícitas. No sabía por lo que pasaría. Pero todo vale la pena, cuando el alma no es pequeña, como ya enseñaba el múltiple Fernando Pessoa.
Después de la investigación, de vuelta al bar. Siempre el alcohol como fiel compañero de los solitarios. Él es socializador. En el bar conversé con varios habitantes del barrio Santa Tereza sobre diversos asuntos. De vuelta, Sandra me llamó para conversar con ella y una amiga en el área común, llena de plantas, del albergue. No tenía cómo negarme. Luego llegaría un compañero más, una figura extraña y fuera del tiempo, una especie de hippie congelado. Esa conversa sería decisiva para mi viaje psicodélico chalado causado por las confusiones amorosas. ¿Exclusivamente? Tal vez no. Los factores son diversos. Las causas imposibles de detectar. Volvamos a los hechos, aunque contra ellos haya argumentos.
Ya estaba con cierta dificultad para dormir. La marca dejada por la conversa con Sandra, una persona que convivió con Chico Science, fundador del Manguebeat, fue de verdad seria. Me abrió un mundo de posibilidades en la cabeza. Tal vez el propio clima de Rio fuese propicio para eso, esa ciudad linda, calor, mucha gente, turistas, la bohemia de Santa Tereza. A todo eso se suma el ánimo con la pesquisas y las perspectivas que el año reservaba. Tal vez eran muchas cosas al mismo tiempo. Pero siempre fui extremo. O todo o nada. Hasta escribí un poema sobre eso algunos meses después. Intenso. Preñado de sentidos.
El Todo a veces es el vacío
Vacío llena nada
que no quiere saber del todo
El todo es el infinito
Infinito mientras dure
Pero el misterio de la existencia
No está en el todo
ni en la nada
Está en el vacío de la existencia
Ese poema fue escrito después, en un momento de angustia y soledad, pero refleja un poco el estado bipolar de mi alma. La intensidad con que los sentimientos me invaden, la falta de racionalidad en mis decisiones pasionales en un mundo tecnocrático y racionalista. La intensidad de una simple conversa con Sandra me invadió. El día siguiente conocí a su pequeña hija de seis años. Una princesa, linda como la madre, criada en ese paraíso del albergue de Rio, en Santa Tereza. Sandra permanecería pegada a mi corazón por más tiempo del que yo imaginé. Pero tenía que continuar mis investigaciones, a pesar de las pocas horas dormidas.
En Rio, como siempre, no fue posible pesquisar todo lo que deseaba. Tantos acervos, tanto material, aún más con dos investigaciones paralelas: Cordel y Muertos y Desaparecidos Políticos. El exceso. Pero pasaron los días, se fue una semana. Logré ir a la Academia Brasilera de Cordel y tuve una agradable conversa con su presidente, el sabio poeta Gonçalo Ferreira. Necesitábamos una iniciativa para fijar el cordel en Minas Gerais. Necesitábamos el ímpetu de la juventud que yo tenía. Asumí el compromiso. Iría a luchar por un proyecto, una cordelteca, un Centro de Referencia en Belo Horizonte. Él me apoyaría, así como otros poetas. Siempre que volví de un viaje solo para Rio, las cosas retrocedieron y los proyectos fueron postergados. Pero no sería solo Rio esa vez. También iría a Juiz de Fora. Pero el tiempo pasaba, el dinero se acababa. Menos mal que tenía el puerto seguro de mi padre allí al lado, en JF. Aunque luego descubriría que no era tan seguro.
Conversé un poco más con Darci en Rio, él me contó que el hijo de Allen Ginsberg, poeta beatnick, estuvo hospedado allá. Qué locura ese lugar, una conocía a Chico Science, otro al hijo de Allen Ginsberg. Realmente allí era un lugar privilegiado. Personas fantásticas e incitantes. Quería quedarme más tiempo y extraer lo máximo posible de ellas. Lo máximo para Sandra era bien alto. ¿Pero será que ella me podría ceder lo que yo quería? Nunca lo sabría. La falta de coraje no nos trae las respuestas. Pero deja abiertas las posibilidades futuras. El hecho es que con el dinero corto, partí, durmiendo mal de nuevo, hacia el terminal de buses.
Pagué unos veinticinco reales de taxi, pues no quería ir en autobús con cosas de valor que no eran mías, aparte del peso de los libros comprados. Llegando al terminal de buses vi que solo tenía dinero para comprar el pasaje más barato. El bus solo partiría dos horas más tarde, sin aire acondicionado. Gajes del oficio, era lo que podía ser hecho, el orgullo no me dejaba llamar a alguien para pedir dinero prestado. Me quedé allá sentado, a veces deambulando, observando a las personas, leyendo, escribiendo. Un “flaneur” vagando en el terminal. Y los pensamientos a veces volaban. Pensaba que debería haber intentado ir más a fondo con Sandra, o si había actuado correctamente, ya que tenía un compromiso y me gustaba mucho esa persona. Pero podría no ver nunca más a Sandra y mi relación podría terminar. O también, si la traición ocurrió en pensamientos, ¿ya no era traición? El acto sólo es un hecho cuando es real, o cuando él ya existe sólidamente en las ideas. Esas ideas ponían mi cabeza a mil. Cierta vez un colega me había dicho que la verdad solo existe cuando ella es hablada. ¿Solo la enunciación crea un hecho? Muy objetivista esa perspectiva, pero bien adecuada a canalladas de toda especie. Pero yo no era un canalla, ni un pragmático, sino un romántico, soñador, utópico. Algo interrumpe mis pensamientos, una bella figura que pasa. Y se fue. De vuelta a las indagaciones, vi que había llegado la hora de otra partida. Partía de Rio con el corazón pleno, la mente confusa, la añoranza incluso antes de la partida de esa ciudad con la cual mantuve promiscuas y atribuladas relaciones.