Las virtudes
Conviene no facilitar con los buenos, conviene no provocar a los puros. Hay en el ser humano, e incluso en los mejores, una serie de ferocidades adormecidas. Lo importante es no despertarlas.
Soy un pobre de nacimiento y, repito, un pobre vocacional. Aún hoy el lujo, la ostentación y las joyas me confunden y me ofenden.
El hombre no nació para ser grande. Un mínimo de grandeza ya lo deshumaniza. Por ejemplo: un ministro. No es nada, dirán. Pero el hecho de ser ministro ya lo empaja. Es como si él tuviese algodón por dentro y no entrañas vivas.
Nada nos humilla más que el coraje ajeno.
No creo en honestidad sin acidez, sin dieta y sin úlcera.
Hoy es muy difícil no ser un canalla. Todas las presiones trabajan para nuestra deshonra personal y colectiva.
Toda autocrítica tiene la falta de modestia de un elogio redactado por el propio difunto.
Los héroes mueren en combate. ¡No le da tiempo al destino de verlos en la cama o en la silla mecedora!
Perfección es un asunto de jovencita, tocadora de piano.
Sólo creo en las personas que todavía se sonrojan.
Los defectos existen dentro de nosotros, activos y militantes, pero no confesados…
Todo ginecólogo debería ser casto. El ginecólogo debería andar con sotana, sandalias y coronita en la cabeza. Como un San Francisco de Asís, con guante de goma y un pajarito en cada hombro.
Nostalgia
En la vida lo importante es fracasar.
Dios mío, ¿por qué existen tantos ojos en el mundo?
Nunca la mujer fue menos amada que en nuestros días.
Quiero creer que ciertas épocas son enfermas mentales. Por ejemplo, la nuestra.
¡En nuestro siglo el “gran hombre” puede ser al mismo tiempo una bestia!
El gran acontecimiento del siglo fue la ascensión espantosa y fulminante del idiota.
En 1911 nadie bebía un vaso de agua sin pasión.
La televisión mató a la ventana.
Encuentro a la velocidad un placer de cretinos. Todavía conservo el deleite de los tranvías que no llegan nunca.