Para que me entiendan les debo explicar quién es ese tal Haldol, ese que me impidió continuar contándoles la agitación, agresividad y el estado maníaco de los seres humanos. Esta es la explicación farmaco-médica. Yo les digo que el Haldol es el remedio de aquellos que no soportan las verdades traídas a la superficie por quienes ellos consideran locos. Es el enemigo de la creatividad, de la creación, es quien turba la visión de los que ven más allá. Ese es el Haldol. Infelizmente los médicos me fuerzan a tomar esta droga altamente perjudicial a mi mente sin mi permiso. Cuando nos consideran locos, no nos dejan el derecho de escoger cuáles drogas tomar. Yo siempre preferí el alcohol. O tomamos, o… Camisa de fuerza. Aún no es hora de que ustedes sepan cómo es vestir esa camisa… Volvamos al viaje psicodélico de Juiz de Fora a Belo Horizonte.
Después de oír esas voces y de pelear con mi padre y Marquinhos, salí caminando con mis maletas por las calles desiertas de Juiz de Fora. No encontraba un taxi, pero eso no me importaba. Caminaba sin rumbo, caminaba por caminar, como si con cada paso aquella rabia y esa pena se disiparan de mí. Rápidamente ellos, en quien confié tanto, me abandonaron. Osaron decir que yo había aspirado cocaína, ellos no me conocían, no merecían mi confianza. Y a cada pensamiento, una nueva bocanada, y la humareda invadía mis pulmones. Finalmente apareció un taxista.
Entré al vehículo y rápidamente percibí que el taxista estaba “consciente”. Sus ojos me miraban de una forma lunática, pero él parecía entenderme. Yo estaba trastornado, agitado, con las piernas inquietas, y él, sin saberlo, me reconfortaba. Fuimos hasta el terminal de buses, pero sus ojos parecían invadirme. Eran ojos de alguien que había utilizado ácido, dilatados e insinuantes. Yo no lograba mirar dentro de esos ojos. Eran muy amenazadores. Sentí un alivio al llegar al terminal. Pero allí otros percances me esperaban.
De repente, y no por casualidad, el mundo conspiró contra mí. En el mesón, intentaron engañarme, me dijeron que no había buses para Belo Horizonte, que ya estaban todos llenos. Pero las miradas eran de espías. Sí, claro. Mi padre a esta altura ya había llamado por teléfono al terminal, todos lo sabían e intentaban impedir mi partida. Pero yo podía entrar en el juego para revertirlo. Y de repente, oí la voz de mi padre anunciando la partida del próximo bus. ¡Lo sabía! Él estaba detrás de todo ese teatro. Y yo insistía, necesitaba del pasaje, tenían que conseguir un lugar para mí. Finalmente me ofrecieron un lugar en un bus que partía a las ocho. Aún faltaba una hora.
¿Qué hacer durante ese tiempo? Allí estaba la voz de mi padre, anunciando la llegada o partida de un bus. Él me perseguía e intentaba agarrarme, pero él estaba equivocado. Ahora que yo tenía alas, que me liberé, él ya no me podía agarrar. Y comencé a andar por el terminal, buscando el lugar desde donde él emitía esa voz que me perturbaba. Y comencé a oír también la voz de Marquinhos. Cómo me perturbaban… Fui a la cafetería, fumaba un cigarro cada diez minutos. Intenté comprar cervezas, pero no me vendieron. ¿Por qué? La lógica es clara, ¿no entienden? Mi padre ya les había avisado para que no me vendieran cerveza. Entonces tomaba café. Uno atrás de otro. Y caminaba, y sentía. Sentía por dentro la presión de todas esas voces y me sentía sin justicia con ese juicio. Si por lo menos yo hubiera realmente aspirado coca, pero no. Ellos no entendían. Yo no entendía. No aceptaba esa seudo-autoridad que intentaba domarme. No. Mis alas iban más allá. Tal vez nadie pudiese comprender. No. Yo veía algunas miradas de comprensión, la identificación, ¿o sería pena? Me acuerdo de la camarera que me vendió los cigarros… Ojos angelicales.
¿Y dónde estaban los que decían que me amaban? ¿Dónde estaba mi madre?, ¿dónde estaban los hermanos? ¿Mi novia? ¿Tatiana? ¿Sandra? Mi cuarto. Necesitaba volver allá. Mi universo particular, ahí yo me sentía seguro. Necesitaba de la guitarra, no hay mejor forma de expresar los sentimientos que con un bello rasgueo. Las cuerdas de metal me entenderían, los libros también. Necesitaba volver. Pero el bus no llegaba, se atrasaba, todo parte del teatro que mi padre armó para intentar contenerme. Yo me reía, daba carcajadas de esa escena montada, risotadas y más risotadas, seguidas de un inmenso vacío. Era como si mi mente hubiese alzado un vuelo, sin drogas, sin estimulantes. Un vuelo alto, en que la vida terrena se transformó en un teatro mágico regido por los actores que yo elegía para mi palco. Y yo reía sarcásticamente de ese teatro, pues creía que podía contenerlo. Probablemente reía de desespero. Reía de mí mismo, de las alas de la locura en que volaba.
Después de mucho tiempo de atraso llegó el bus. Y finalmente entré en él. Y allí se inició un viaje sin fin cuyo destino me trajo hasta esta clínica en que me encerraron…