XVII – Preso Por Mis Proprios Brazos

Publicado por Bill Braga 16 de junio de 2021

Realmente no sé qué más hacer. Necesito salir, necesito ver el mundo. Las conversaciones no cambian de tono, quedan en en el mismo tono y yo sin perspectivas de salir. ¿Por qué no dan el brazo a torcer?, ¿por qué no me liberan? Tal vez porque ya había salido antes. Me acuerdo que salí. Me acuerdo de la sensación de pasar por esa puerta de hierro, ver los árboles afuera, los carros pasando y la gente. El primer respiro, del aire de la libertad llenando los pulmones, Salí, sí, puedo acordarme. Pero realmente debo ser peligroso, estoy acá de vuelta. En un tiempo que no pasa, ¿será que me prenderán de una vez? ¿Será que pensar es tan peligroso? ¿Sentir la intensidad del mundo en su pecho? ¿Adentrar en una supra-realidad, con las alas de un ángel que se eleva por encima de la mediocridad? Sí, esto es muy peligroso, los sanos no están listos para eso. Su ciencia, sus normas, no encuadran a estos seres como yo. O nos encajamos, o …

No sé bien cómo fue, pero me acurdo cuando fui enjaulado por primera vez… No me acuerdo, siento. Fue después de ese fin de semana en el sitio, no había pasado mucho tiempo desde que yo había llegado del fatídico viaje a Juiz de Fora. Mi casa se tornó una cárcel privada, yo no soportaba más quedarme ahí. Necesitaba, quería y ansiaba salir, encontrar a todo el mundo que susurraba en mis oídos. Las voces tenían que corporeizarse. Y en las ganas de salir quería pasar por lo que fuese. Yo no podía salir por el balcón, planearía del octavo piso hasta la calle. Era ella lo que yo necesitaba, la calle, el mar de gente que pasa por ella.

Me impedían salir. Me decían que las voces no existían. Tenían miedo de la palabra, posiblemente, pero querían decir que yo estaba loco. Veía el desespero en sus ojos. Veía, pero no podía hacerlos entender. Ellos tampoco querían. En este conflicto explosivo la solución parecía no existir. Los días pasaban, yo no aguantaba más, ni mi familia tampoco. Eran mis enemigos, menos mi hermano Leo. Él estaba fuera de eso. Pero la guerra era declarada, yo no aceptaba más el autoritarismo que me imponían. Necesitaba salir, ¿cómo no podían entender eso? ¿Cómo no entienden?

En este medio vino la solución. Me hicieron, no sé cómo, entrar en una ambulancia. Luces, enfermeros, de blanco, alguien me acompañaba. Yo necesitaba huir, era la única opción. Necesitaba un plan. ¿Adónde me llevarían? ¿Qué harían conmigo? ¿Cómo podían ser conniventes con todo eso? Justo aquellos que decían que más me amaban. Pero yo no los necesitaba, ni a Sandra, ni a Tatiana. Ni a mi novia. Necesitaba embarcar dentro de mí, era un Yo pleno, una especie de superhombre nietszchiano.

Me desembarcaron en un lugar taciturno. No era un hospital, estaba seguro. Yo resistía, o intentaba, mientras me llevaban a una sala. No sé si estaba solo, yo y los tres enfermeros, o si alguien de mi familia me acompañó. Cuando llegamos a esa sala mi plenitud explotó. ¡Era la hora! Inflé el pecho y di un puñetazo al primer enfermero. Vinieron los otros. Golpeé, mordí, agarré. Y recibí, ¡y cómo recibí! ¡Esos malditos cobardes de blanco! Uno me agarró por atrás del cuello en una llave mata-león. No, todavía no me habían dominado. Intenté golpear más. Rugí. Grité. ¡Hijos de puta! El desgraciado apretaba mi cuello al punto de mi voz ya no salir más. Pero aún no estaba dominado, yo podría acabar con los tres. El otro me agarró el brazo. Me sentaron en una silla. Me amarraron los brazos a ella. Los dos. Y el maldito apretando mi cuello. Pero yo respiraba, aún estaba con vida. Siento la presión en el cuello ahora, como si ese brazo nunca más cesase de violentarme.

Me dieron una inyección. Y el desgraciado aún apretaba. Yo me quedaba sin aire. Vinieron con una camisa de fuerza. Me pusieron en ella. Y el sujeto apretando. Tuve que ceder. Paré de berrar. Pedí, imploré que me soltaran. El sujeto apretando. Yo no tenía más voz. Suéltame, voy a desmayarme. Una apretada más. Quiero a mi madre, a mi familia, ¿quién te dejó que hicieras eso? Apretó un poco más. ¿No percibes que ya ni puedo hablar? La última apretada… Casi me duermo.

Pero cuando recuperé el aliento, aun estando amarrado en la silla, preso en una camisa de fuerza, volví a gritar. ¡Estas inyecciones no funcionan en mí! ¡Ustedes se las van a ver conmigo, cobardes! ¡Vengan de a uno, acabo con ustedes, malditos! Ellos se iban, yo me quedaba en ese cuarto oscuro, preso. Gritaba, berraba. ¿Adónde está todo el mundo? ¡Que alguien me suelte! ¡Fui golpeado! ¡Esto es absurdo! ¡No soy un loco!

Socooooorrrooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo…

No servía de nada, mi garganta todavía me sofocaba, las palabras dolían para salir. Y los gritos no tenían resultados. Nadie venía. Tal vez nadie más vendría. Solo. Ni las voces estaban ahí para ayudarme. Y la sensación de claustro, preso por mis propios brazos, que por la camisa de fuerza me abrazaban. Eso mismo, mis propios brazos me prendían, y yo no me movía. Y el mundo fue pesando. La voz cesó.

Me dormí.

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