XX – Una Bomba de Tiempo Ambulante

Publicado por Bill Braga 26 de mayo de 2022

Aquí en la Pinel los días son casi siempre iguales, a pesar de que todas las locuras, posibles e imposibles, están reunidas en un mismo lugar. Normalmente despierto con mi colchón en el suelo para evitar los terribles dolores de columna. Miro hacia arriba y a mi lado está: o la melancólica Valeria, o la cariñosa Sandra, compañeras que se turnan en velar mis sueños nocturnos. Rápidamente colocamos mi colchón en la cama, antes que el Sr. Lucas abra la puerta para investigar el dormitorio. Sinceramente no sé cuál es el problema que él ve en tener el colchón en el suelo. ¿Será que él piensa que soy un loco capaz de dejar de lado el conforto?

¡Aun encarcelado el conforto debe hablar más alto! En la secuencia una botella de yogur y una barra de chocolate, una bien específica que mi madre me trae, solamente ella sirve. No comería de esa comida, quién sabe qué tipo de phármakons pueden estar escondidos en ellas. Dejo el desayuno de la clínica para mis ilustres invitados y amigos de cárcel. Todos los días alguien come ese desayuno sospechoso para que yo lo pruebe e intentar convencerme de comerlo. Prefiero continuar sin comer nada que sea producido ahí dentro.

Alimentación para el cuerpo, alimentación para el alma. Aquí dentro no tengo mis libros, casi no puedo vivir el amor. El amor, causa y cura de todos estos males. Osé amar demasiado, todavía siento la pulsión cuando pienso en la atrayente Sandra, pernambucana-carioca, que conocí en Rio. O en Tatiana, que ya casi no susurraba más palabras a mi oído. En mi novia me dolía mucho pensar, yo aquí dentro, ella ya no viene más. Pero ya debo vivir otros amores, otras ilusiones de felicidad.

Justo después de dejarla en su casa en ese fatídico carnaval, continué desorientado. Los sentimientos que hervían, paradojas latentes, rabia, tristeza, pena, explosión. Podía volver a casa, resolver todo con las puños, con violencia extirpar todo aquello que se traducía en lágrimas rabiosas. Pero no. No era el camino. Fui a un partido de baloncesto, reencontré a varios conocidos, bebí varias cervezas mientras acompañaba el juego en un ritmo alucinante. Allí tuve un placer temporal.

Apenas salí del gimnasio mi teléfono no paraba de sonar. Mi madre ya supo de la pelea, me pedía que volviera a casa para conversar, todo estaría bien. Y no vuelvo, no mientras ese idiota estuviera ahí, gritaba alto. Y después lloraba copiosamente. Manejé el auto sin rumbo, parando de bar en bar para tomar una cerveza más y un cigarro más. Eran los combustibles para aplacar mi dolor.

La noche cayó, yo no atendería más el celular. Ni a mi madre ni a mi novia. Aquella noche sería solamente yo… y mis demonios interiores. Vino una idea. Subir hasta la Plaza do Papa. Contemplar la ciudad desde lo alto, regado de cervezas y cigarros. Respirar un poco de aire puro, si todavía era posible encontrarlo en aquella urbs. Subí la avenida acelerando, la velocidad parecía ser otra forma de exteriorizar todas las paradojas internas. Velocidad, cerveza, cigarro, velocidad de pensamiento, sentimiento. Intenso. La plaza estaba linda, la noche deslumbrante, la luna planeaba soberana sobre la metrópolis. Pero no aplacó mis penas, ni mi drama. No pude quedarme ahí en contemplación. Necesitaba de más velocidad, más intensidad.

Bajaba la avenida rápidamente, cuando paré. Una de esas jóvenes simpáticas de falda corta, escotes llamativos, parada y apoyada en un poste me llamó la atención. Era eso, ¡yo necesitaba tener sexo! La única vía para explotar sin causar mayores estragos. Y yo necesitaba explotar. Era una bomba ambulante. Pulsante. Rápidamente la muchacha entró en mi auto y fuimos a un lugar más tranquilo.

 Después de algunos toques y estímulos la solución de la descarga fue encontrada. Animalidad a flor de piel. Los nervios y las neurosis se disiparon a través del acto. Una catarsis. Y el teléfono tocaba sin parar. Ya no me preocupaba con él, sino en descargar el máximo de peso que sentía en mí en dicho acto. Y así fue hecho. Después de conversar mucho, cada uno sobre sus heridas, ella sacó una bolsita de polvo. Quería venderme. No quería pagar. Después de muchas conversas terminó dándome una buena dosis de polvo. Cómo era simpática esa chica, no sabía cuánto me había ayudado. Apenas se bajó aspiré una buena parte. Polvo. Cocaína. Alegría y energía artificiales. Mientras decidía si volvía o no a casa, aspiré todo el resto. Esperaba sentirme más liviano, esperaba más energía, esperaba, esperaba, esperaba…

Llegué a casa, programé con mi novia que viajaríamos al día siguiente en la mañana. Pasé la noche en vela, arreglando mis cosas, pensando en lo que haría cuando volviera de viaje, dónde viviría, qué rumbo tomaría… de repente ya eran las seis de la mañana, era hora de partir. Nada de sentimientos de culpa, nada de cansancio, nada de tristeza. En la animalidad del coito, se habían resuelto mis dilemas, y la bomba no estallaría. Por mientras…

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